La niñez es muy importante para todo ser humano pues es la etapa que los padres dan más protección a sus hijos, por su edad, inocencia y necesidad de cariño; sin embargo, para mala suerte de muchos, pierden a su madre a tan temprana edad, que sienten que su mundo viene abajo. Ese golpe tan duro para muchos nos hace cambiar ya sea para mejorar o para empeorar nuestro comportamiento.
Según Carlos Huamán, escritor de “Pachachaka: Puente sobre el Mundo”, manifiesta que “algo lo llevaba por lo menos a contemplar la posibilidad de suicidarse algún día. Ahora yo no creo que un suicidio se pueda explicar satisfactoriamente porque siempre ocurre por múltiples causas. Nadie se suicida únicamente por causas -digamos- de inadaptación cultural.”
Para muchas personas, entre ellas Rodolfo Hinostroza, poeta, narrador y ensayista, Arguedas siempre será un magnífico escritor quien describe el mundo indigenista como es en la realidad y sin fantasear y manifiesta que “el 28 de noviembre del 69 llegó la fatal noticia: Arguedas se había suicidado de un balazo en su oficina de la Universidad Agraria. Pero esta vez lo había planeado minuciosamente, y nada había fallado”.
Su diario abunda en detalles sobre el macabro plan:
“En abril de 1966, hace ya algo más de dos años, intenté suicidarme. En mayo de 1944 hizo crisis una dolencia psíquica contraída en la infancia y estuve casi cinco años neutralizado para escribir. (...) Y ahora estoy otra vez a las puertas del suicidio. Porque, nuevamente, me siento incapaz de luchar bien, de trabajar bien. Y no deseo, como en abril del 66, convertirme en un enfermo inepto, en un testigo lamentable de los acontecimientos...”.
“Hoy tengo miedo, no a la muerte misma sino a la manera de encontrarla. El revólver es seguro y rápido, pero no es fácil conseguirlo. Me resulta inaceptable el doloroso veneno que usan los pobres en Lima para suicidarse; no me acuerdo del nombre de ese insecticida en este momento. Soy cobarde para el dolor físico y seguramente para sentir la muerte. Las píldoras –que me dijeron que mataban con toda seguridad– producen una muerte macanuda cuando matan. Y ésta es una sensación indescriptible: se pelean en uno, el anhelo de vivir y el de morir. Porque quien está como yo, mejor es que muera” (Primer diario, 10 de mayo de 1969)
A nuestro escritor Arguedas le sucedió en su niñez, que marcó su vida para siempre la pérdida de su madre, nuevo matrimonio de su padre, los maltratos de la madrastra y del hermanastro, la repetida ausencia del padre viajero, el fracaso de su matrimonio, el no poder tener hijos, confundir su identidad indígena y mestiza sin pertenecer realmente a ninguno; todo ello, quizás influyó a la depresión que tuvo durante mucho tiempo. Cabe preguntarse en qué medida sus síntomas depresivos contribuyeron a forjar su obra, marcada por la nostalgia, la marginalidad y la ambivalencia, al punto de preguntarnos si habría Arguedas pasado a la historia de la literatura de no haber padecido depresión. Estos hechos lo acabaron y destruyeron al autor.
Según Carlos Huamán, escritor de “Pachachaka: Puente sobre el Mundo”, manifiesta que “algo lo llevaba por lo menos a contemplar la posibilidad de suicidarse algún día. Ahora yo no creo que un suicidio se pueda explicar satisfactoriamente porque siempre ocurre por múltiples causas. Nadie se suicida únicamente por causas -digamos- de inadaptación cultural.”
Para muchas personas, entre ellas Rodolfo Hinostroza, poeta, narrador y ensayista, Arguedas siempre será un magnífico escritor quien describe el mundo indigenista como es en la realidad y sin fantasear y manifiesta que “el 28 de noviembre del 69 llegó la fatal noticia: Arguedas se había suicidado de un balazo en su oficina de la Universidad Agraria. Pero esta vez lo había planeado minuciosamente, y nada había fallado”.
Su diario abunda en detalles sobre el macabro plan:
“En abril de 1966, hace ya algo más de dos años, intenté suicidarme. En mayo de 1944 hizo crisis una dolencia psíquica contraída en la infancia y estuve casi cinco años neutralizado para escribir. (...) Y ahora estoy otra vez a las puertas del suicidio. Porque, nuevamente, me siento incapaz de luchar bien, de trabajar bien. Y no deseo, como en abril del 66, convertirme en un enfermo inepto, en un testigo lamentable de los acontecimientos...”.
“Hoy tengo miedo, no a la muerte misma sino a la manera de encontrarla. El revólver es seguro y rápido, pero no es fácil conseguirlo. Me resulta inaceptable el doloroso veneno que usan los pobres en Lima para suicidarse; no me acuerdo del nombre de ese insecticida en este momento. Soy cobarde para el dolor físico y seguramente para sentir la muerte. Las píldoras –que me dijeron que mataban con toda seguridad– producen una muerte macanuda cuando matan. Y ésta es una sensación indescriptible: se pelean en uno, el anhelo de vivir y el de morir. Porque quien está como yo, mejor es que muera” (Primer diario, 10 de mayo de 1969)
A nuestro escritor Arguedas le sucedió en su niñez, que marcó su vida para siempre la pérdida de su madre, nuevo matrimonio de su padre, los maltratos de la madrastra y del hermanastro, la repetida ausencia del padre viajero, el fracaso de su matrimonio, el no poder tener hijos, confundir su identidad indígena y mestiza sin pertenecer realmente a ninguno; todo ello, quizás influyó a la depresión que tuvo durante mucho tiempo. Cabe preguntarse en qué medida sus síntomas depresivos contribuyeron a forjar su obra, marcada por la nostalgia, la marginalidad y la ambivalencia, al punto de preguntarnos si habría Arguedas pasado a la historia de la literatura de no haber padecido depresión. Estos hechos lo acabaron y destruyeron al autor.
En 1969, el escritor, antropólogo y etnólogo, José María Arguedas, se suicidó, luego de padecer muchos años de una grave depresión que se inició en sus años de juventud, probablemente a los 32 años. Según las descripciones que él mismo hace en los diarios de su obra póstuma “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, donde el autor refiere los tormentos que le agobiaban mientras iba escribiendo la novela, para finalmente anunciar su inminente suicidio.
Arguedas presentó al parecer múltiples episodios depresivos, caracterizados principalmente por decaimiento, cansancio, falta de concentración, insomnio, ansiedad y una ideación suicida recurrente que lo llevó a un primer intento frustrado en 1966 y a un segundo que acabó con su vida, pese a los múltiples tratamientos que recibió.
Era un niño apenas cuando su padre, abogado de pobres, perseguido por los grandes gamonales, debió dejarlo en manos de crueles parientes:
"El subiría la cumbre de la cordillera que se elevaba al otro lado del Pachachaca; pasaría el río por un puente de cal y canto, de tres arcos... Y mientras en Chalhuanca, cuando hablara con los nuevos amigos, sentiría mi ausencia, yo exploraría palmo a palmo el gran valle y el pueblo; recibiría la corriente poderosa y triste que golpea a los niños, cuando deben enfrentarse solos a un mundo cargado de monstruos y de fuego..."
Así nos contó José María esa separación en su novela Los ríos profundos. El 17 de mayo de 1969 le confesaba a su diario íntimo: "A mí la muerte me amasa desde que era niño, desde esa tarde solemne en que me dirigí al riachuelo de Huallpamayo, rogando al Santo Patrón del pueblo y a la Virgen que me hicieran morir..."
Se saben bien claras las causas de su muerte y por las que pasó tales decaimientos físicos y psicológicos en su vida. Aún así, Su contribución a la revalorización del arte indígena y a su totalidad, siempre será valorada por todos los peruanos.
Fuente: "El zorro de Arriba y el Zorro de Abajo" de J. M. Arguedas, "Arguedas: Su corazón, rey entre sombras" publicación de Carlos Vidales, "José María Arguedas: Esa ternura Suicida...", análisis crítico y opinión de Rodolfo Hinostroza.
Páginas: Wikipedia, psiquiatríahistorica.blogspot.com
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